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Cien vueltas al sol: los 100 años de María Rita, “la Charrita” Un reportaje desde el lente de Norbey Tarazona


Cumplir 100 años no es cualquier cosa. Es mirar hacia atrás y ver una vida llena de caminos recorridos, historias tejidas, manos tendidas, abrazos dados… y muchos recibidos. El pasado sábado 5 de abril, tuve el privilegio de ser el fotógrafo de una jornada inolvidable: la celebración del siglo de vida de doña María Rita, conocida con cariño por su familia como “la Charrita”.

Desde que llegué a la Parroquia María Reina de las Misiones en Lagos del Cacique, supe que esta sería una jornada diferente. La misa inició a las 10 de la mañana y fue profundamente emotiva. El sacerdote dedicó el sermón a ella, a sus 100 años de vida, a su ejemplo, y a la familia que con tanto amor ha sembrado. Al finalizar, todos los asistentes —hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, amigos, vecinos— se tomaron una fotografía grupal con la homenajeada a la salida de la iglesia. Ese primer retrato fue apenas el comienzo de una lluvia de abrazos, sonrisas y memorias.

Como primer acto protocolario en el Club Unión, donde se desarrolló el resto de la celebración, hubo una breve bendición del evento. Luego, sus siete hijos vivos posaron junto a ella para una foto que, sin duda, quedará grabada en el corazón de todos. Uno de ellos tomó el micrófono y leyó unas palabras a los presentes. Habló desde el alma, agradeciendo la presencia de cada persona allí, pero sobre todo, el regalo más grande de todos: la presencia viva de su madre, en sus “100 vueltas al sol que han transcurrido en un abril y cerrar de ojos”, como lo expresó con ternura. Al terminar, el salón entero estalló en un coro cargado de cariño:

— ¡Te queremos Rita, te queremos!

María Rita, con los ojos brillando y el alma conmovida, tomó el micrófono y dijo algo que nadie olvidará:

—Estoy muy emocionada de ver tantas amistades acompañándome hoy. Que Dios los bendiga.

Uno de los momentos más conmovedores fue cuando su hermana —94 años, nada menos— se sentó junto a ella para una foto. Dos vidas largas, paralelas, llenas de memorias compartidas, juntas de nuevo. Casi 200 años de vida mirándose con cariño frente a mi lente. Pocas veces he sentido tanto respeto por la vida como en ese instante.

Durante todo el evento, la homenajeada estuvo presente, atenta, sonriente. Se le notaba emocionada en cada mirada, en cada gesto. Quiso saludar a todos, abrazarlos si sus fuerzas se lo permitieran, tomarse fotos sin descanso. Nunca dijo que no. Nunca pidió parar. Era como si cada clic de la cámara le diera una energía renovada. Verla así, tan dispuesta a compartir, me conmovió profundamente. Se notaba que quería regalarle un instante de cariño a cada uno de los suyos.

Después de un espacio para retratos familiares, vino uno de los momentos más hermosos: sus nietos, bisnietos y tataranietos se acercaron uno por uno para entregarle una rosa y decirle unas palabras. María Rita adora las flores —las ama—, y cada pétalo parecía encenderle una nueva sonrisa. También disfruta del tango y la buena música, así que la jornada estuvo salpicada de melodías que la acompañaron toda su vida. Sonrió, se emocionó, recordó.

Hubo brindis, vino y un momento en que uno de sus hijos la invitó a bailar. A pesar de sus piernitas cansadas, se animó a moverse un poco. Y fue mágico. La música la envolvía, la familia la rodeaba, y ella se dejaba llevar por la emoción del momento.

Un trío musical con música campesina y colombiana alegró el ambiente. Más tarde, como sorpresa especial, una familia le trajo un saxofonista y una violinista que le tocaron en vivo. Fue allí donde se le cantó el “cumpleaños feliz”, frente a un pastel con velas en forma de “100”. Cada uno de sus hijos quiso tener su foto individual con ella.

Muchos lo dijeron sin palabras, pero se entendía: querían inmortalizar ese instante. Sabían lo que significaba. Sabían que quizás este era un “hasta siempre” con sabor a celebración.

Las anécdotas no faltaron. Nietos que recordaban cómo ella los cuidaba cuando los padres trabajaban, hijos que rememoraban travesuras, juegos, regaños llenos de amor. Historias de vida que tejieron una red familiar que hoy parece invencible.

El almuerzo fue compartido con todos los asistentes. El salón estaba lleno de flores —por donde se mirara— y recordatorios. Era como estar dentro de un jardín lleno de memorias vivas. Ya al final, doña Rita, agotada pero feliz, se aisló un rato para alzar los pies y descansar. Le hicieron masajitos, la mimaron. Y como cierre perfecto, una parranda vallenata encendió el corazón del salón, sacando sonrisas y algunos pasos de baile más.

Como fotógrafo, no puedo evitar decir que las imágenes resultantes no son solo bonitas: son profundamente reveladoras. Cuentan historias sin palabras, muestran abrazos que dicen “gracias por todo”, miradas que hablan de amor y tiempo, manos entrelazadas que no quieren soltarse.

Doña María Rita “la Charrita” no solo cumplió 100 años. Celebró 100 años de amor sembrado, vivido y multiplicado. Y yo, desde mi cámara, solo pude decir en silencio:

Gracias por dejarme ver tanto amor junto. Gracias por mostrarme lo que significa llegar a los 100 con el corazón lleno.

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